domingo, 19 de febrero de 2012

El mundo tal como fue




El paisaje daba vueltas cuando el mundo era redondo.


Los hombres y las mujeres se tomaban de los pies y de las manos, y se propulsaban por las espaldas. Quien por momentos quedaba arriba, se le solía caer el lápiz y las margaritas de los bolsillos, y entonces mucha gente los perdía y no había forma de encontrarlas.


                                              
                                                                                En la era del cuadrado, las cuadrículas estaban de moda. Nacieron las casas y el cubo mágico. Con algunas deformaciones, las bibliotecas parieron
libros pero, ¿quién podía pensar en ellos si surgieron las sorpresas guardadas en cajas?
Un halago se escapaba de la boca si lucías un pantalón cuadriculado.


Pasada la era del cubito, el mundo se vino liso. Tan liso, tan liso que todos éramos petizos, estábamos invadidos por horizontes y nos veíamos a la distancia sin ningún catalejo.
-¡Hola, Juannnn!
-Cómo estás, Pedrito, amigazo, chamigo
No existían las estrellas, los bosques y las piedras.

Todo era un fondo, una sábana de cama, un mantel familiar, un telón sin pliegues. 

Por eso llamó tanto la atención aquel intruso, y alguien dio por iniciada  la evolución de las especies.
                                                        


La vertical
fue
lo
primero
que
aprendí
en
ese
mundo
de

   jirafas     

Mucho más tarde, alguien poco criterioso y al que le gustaban los fideos sin tuco nos llamó homínidos.

sábado, 4 de febrero de 2012

Mi zoología personal ¿Qué son los giraballos?


                                                             Giraballos
para Laura B. y Matías, testigos de mis giraballos

Del césped crecen caballos. Son las flores de los campos. También las hay que son vacas y teros. Los veo crecer con sus patas enterradas, despidiendo relinchos al aire como panaderos. Las flores de caballos se mecen cuando surge el sol derretido por la laguna. Van de un lado al otro persiguiendo maravillas, sucediéndoles la vida como si tal cosa, desenfrenados y libres. El marrón desconoce la palabra dueño, mío, manso, yo, primero. Se perdió en un tajo del cielo, entre la nube y el árbol. El negro suda rocío de cueros y ensaya cabriolas para su propio circo. El blanco se sube en las monturas de los cerros con estribo de albahaca y nuez.
Te confieso que no quiero desgajarlos, amontonarlos en un racimo de manada para ponerlos en mi jarrón, para olerlos al lado de mi ventana cuando lo desee. Y esto es así porque me subyuga el movimiento de péndulo de su cola y temo perder el milagro. Ahora, no sé si verdaderamente están ahí o mis ojos los pone donde quiero verlos, porque en mi crudo corazón siempre he sido jinete de calesitas.