En la puerta de la noche me espera un mirlo. Ha estado cantando todo el sueño y ahora es el momento en que me acerque a ver. El mirlo mueve la cabeza y señala con el amarillo pico que atraviese la puerta, que pase, “vamos, ya es hora”. Sin embargo me confunde su naturaleza.
“Enciende el alma, disipa la ilusión”, me recuerda.
Su voz acaricia mi
lomo y ronroneo. Existe entre nosotros una complicidad construida de varias
vidas. Estamos hablando un mismo idioma, también yo canto. El dueto me obliga a
reconocer que no somos tan diferentes y cuando me acerco a él, leo en cada una
de sus plumas todas mis decisiones tomadas hasta hoy. No sé si enojarme, pero
¿con quién? En vez de eso tiendo a lamerlo, mientras siento el amor devuelto en
un suave resplandor.
“No puedo quererte”.
El mirlo hace un gesto. Canta i, ji, jau, in de bonin
jiu
“¿Qué dirían mis padres?, los avergonzaría”.
El mirlo me mira. Repite i, ji, jau, in de
bonin jiu
“No soy yo si lo hiciera, pero lo estoy haciendo, entonces,
¿quién soy yo?”
El mirlo se compadece. Su silencio dice
i, ji, jau, in de bonin jiu
Nos encontramos en el tejado viéndonos en espejo. En mi
pelaje tengo todas sus decisiones tomadas hasta hoy. El mirlo confirma.
“No puedo quererte”.
Mi gesto expresa un i, ji, jau, in de
bonin jiu
“¿Qué dirían mis padres?, los avergonzaría”.
Lo miro y repito i, ji, jau, in de bonin jiu
“No soy yo si lo hiciera, pero lo estoy haciendo, entonces,
¿quién soy yo?”
Conozco la compasión y anuncio i, ji, jau, in de bonin
jiu
Todas las migas de pan me han llevado hasta él y en el camino
hacia las alturas el tejado nos responde i, ji, jau, in de
bonin jiu
“Vamos, amigo, crucemos juntos”, alienta el mirlo.
Él vuela. Yo pego el salto. Caen, una por una como una fuerte
lluvia, todas nuestras jaulas.
(foto de Nick Brandt)