domingo, 14 de septiembre de 2014

EL DERVICHE CONMOVIDO







En el reflejo de la vasija de oro, mi cuento. Reverbera el agua y me muestra una mujer de rasgos fuertes y pienso: “no es bonita”. De repente mi cuerpo quiere bailar y se emociona con la música que hace danzar a los derviches. Y giran y giran, y giran y giran.


Una gran estrella se ilumina, es la ventana por donde ha entrado el sol. En el historial de la sangre puedo ver que Dios ha tenido siempre un poema para mí. Pienso, “ella no es bonita”, su pelo es negro tan negro que reverbera como un espejo. Y  giro y giro, y giro y giro.

 Toda la arena de este paraíso se duerme en un sueño eterno. Es sencillo entender por qué dice que ha sido el mar, y mientras mi velo se extiende en este aire infernal, sueño sobre la arena y digo: “ella no es bonita, ¿no?”. El viento gira y gira, gira y giro.


Cuando las palabras se acurrucan como gatos y ya no quieren hablar, las dejo pacíficas dormir, porque Dios ha tenido siempre un poema para mí y es el momento de cantar. Las cosas se toman de la mano y vuelan en este aire infernal, y giran y giro, y giran y giro.

 
“¿Por qué no es bonita?”, me pregunto. El desierto del mar se calla, nada tiene que decirme.  Pero en el historial de mi sangre Dios ha tenido siempre un poema que reverbera en esta vasija de oro. Duerme conmovido el derviche que hay en mí.Entonces giro y giro y giro y giro.










Derviche significa literalmente “el que busca las puertas”. Los derviches son los sufíes islámicos

El sufismo es una corriente espiritual surgida en Persia antesde la era cristiana que se integró posteriormente en el Islam y que engloba a unos 50 millones de personas de todo el mundo.

Ellos proponen un camino de búsqueda de la experiencia de Dios para alcanzar la unidad a través del amor.
La danza de los derviches no es al azar. Cada  movimiento, cada gesto simboliza alguna cosa. Los giros se practican según determinadas reglas, en lugares y momentos precisos. La mano derecha se coloca extendida hacia lo alto con la palma mirando hacia el infinito, la mano izquierda se dirige hacia la tierra. De esta manera el bailarín se convierte en un mediador entre el cielo y la tierra, lo infinito y lo finito, la persona se vacía para ser un canal de lo divino.
En este rodar rítmico se busca entrar en unión con el Todo olvidándose de uno mismo.
 






 

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